antes de empezar a hablar de la educación ambiental en los niños hay que definir lo que es un niño.
Entre la inocencia de la infancia y la dignidad de la madurez encontramos una encantadora criatura llamada niño.
Los niños vienen en diferentes medidas, pesos y colores, pero todos tienen el mismo credo: disfrutar cada segundo, de cada minuto, de cada hora, de cada día y de protestar ruidosamente (su única arma) cuando el último minuto se termina y los padres los meten a la cama.
A los niños se les encuentra dondequiera: encima, debajo, dentro, trepando, colgando, corriendo o brincando. Las mamás los adoran, las niñas los detestan, los hermanos mayores los toleran, los adultos los ignoran y el Cielo los protege.
Un niño es la verdad con la cara sucia, la belleza con una cortada en el dedo, la sabiduría con el chicle en el pelo y la esperanza del fruto con una rana en el bolsillo.
Cuando estás ocupado, un niño es un carnaval de ruido desconsiderado, molesto y entrometido. Cuando quieres que dé una buena impresión, su cerebro se vuelve de gelatina o se transforma en una criatura salvaje y sádica orientada a destruir el mundo y a sí mismo.
Un niño es una combinación --tiene el apetito de un caballo, la digestión de un traga-espadas, la energía de una bomba atómica, la curiosidad de un gato, los pulmones de un dictador, la imaginación de Julio Verne, la vergüenza de una violeta, la audacia de una trampa de fierro, el entusiasmo de una chinampina y cuando hace algo tiene cinco dedos en cada mano.
Le encantan los helados, las navajas, las sierras, las navidades, los libros con ilustraciones, las clases de música, las corbatas, los peluqueros, las niñas, los abrigos, los adultos y la hora de acostarse.
Los niños son profundamente afectados por el ejemplo, y en segundo término por las explicaciones, cuando éstas son simples y claras.
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